Hospitalidad benedictina: acoger a Cristo en el umbral del alma
Acoger a cada persona como a Cristo mismo es un acto de fe y de humildad, pero también de apertura al misterio que el otro encarna.
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Alexander Patiño Díaz, Obl.OSB
7/22/20252 min read
Reflexión desde la Regla de San Benito
Queridos en el camino benedictino…
...la hospitalidad no es solo una cortesía, sino una experiencia espiritual. San Benito, en su Regla, nos deja un principio que interpela con fuerza: “A todos los que se presenten en el monasterio se les ha de acoger como a Cristo en persona... y se adorará en ellos a Cristo que es a quien recibe” (RB 53,1-2).
Esta no es una frase decorativa: es el corazón de una vida que busca hacer visible el Evangelio. Acoger a cada persona como a Cristo mismo es un acto de fe y de humildad, pero también de apertura al misterio que el otro encarna. Esta actitud no nace de un ideal abstracto, sino de una tradición viva que viene desde las Escrituras.
En Génesis 18,1-10, Abraham está sentado a la entrada de su tienda cuando ve acercarse a tres hombres. No sabe quiénes son, pero corre a recibirlos con generosidad. Prepara alimento, ofrece descanso, se pone a su servicio. Solo después descubre que ha hospedado a Dios. Su hospitalidad abre las puertas a la promesa: el nacimiento de Isaac. Así es también nuestra vida: cada huésped que llega es una oportunidad para encontrarnos con Dios, incluso sin darnos cuenta.
En Lucas 10,38-42, Jesús entra en la casa de Marta y María. Marta lo sirve con empeño, mientras María se sienta a escucharlo. Jesús valora esa actitud de escucha y contemplación: María ha escogido “la mejor parte”.
San Benito, sabio conocedor del alma humana, integra estas dos dimensiones. En su Regla pide a los monjes que reciban al huésped con honor y caridad, y también que le ofrezcan la Palabra de Dios (RB 53,9). No basta alimentar el cuerpo: hay que alimentar el alma.
La hospitalidad benedictina no se limita al monasterio. También tú, en tu casa, en tu trabajo, en la comunidad, puedes hacer de tu vida una puerta abierta. La clave está en el corazón: recibir sin reservas, con sencillez, con prontitud, como Abraham. Y también detenernos a escuchar, como María.
Hoy, en un mundo marcado por la prisa y el aislamiento, esta hospitalidad es un testimonio necesario. No solo para los demás, sino también para nosotros mismos. Porque al acoger, nos transformamos; al escuchar, nos humanizamos; al servir, nos encontramos con Cristo.
San Benito nos anima a reconocer en el otro al mismo Señor. Y no solo cuando llama a la puerta, sino también cuando el día nos trae imprevistos, silencios, desafíos. Todo puede ser un huésped del alma.
“No se descuide la acogida de huéspedes, pues por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (RB 53,1; cf. Heb 13,2).
Que cada puerta que abramos sea una ofrenda, y cada encuentro, una adoración. Amén.
Alexander Patiño Díaz, Obl.OSB
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