La vocación del Oblato Benedictino, un faro de contemplación y paz en el mundo convulsionado de hoy
“La vocación del oblato representa una recuperación y fortalecimiento de la vida contemplativa de compartir los tesoros espirituales de la Iglesia con todo el pueblo de Dios”.
BLOG
Gabriel Herrera
10/12/20255 min read
Buscando respuestas a preguntas frecuentes en el mundo convulsionado de hoy, me encuentro con la idea de entender cuál es la verdadera vocación o apostolado de un oblato benedictino en el siglo 21. Si leo los textos y estatutos de los oblatos que existen desde el Papa León XIII y comparo esa época donde fueron promulgados con las noticias actuales, el mundo no ha cambiado mucho, con la diferencia en la inmediatez de la información y la superficialidad de la vida moderna, el ser humano sigue siendo violento y desinteresado por el prójimo.
En la actualidad, este mundo se manifiesta con una profunda crisis espiritual y social. Se caracteriza, en primer lugar, por un secularismo expansivo que fomenta una mentalidad antirreligiosa y una indiferencia generalizada, resultado de la ausencia de Dios tanto en la vida pública como en la conciencia personal. Esta oscuridad espiritual se ve agravada por una cultura de consumismo que reduce la existencia a la compra y venta de banalidades y el placer efímero, transformando incluso la fe en un producto más dentro del “mercado espiritual” y promoviendo una superficialidad que hacen raros los compromisos profundos y duraderos.
¿Para qué sirve un oblato? ¿Qué función cumple en este mundo light de relaciones desechables?
Es realmente revolucionaria la figura del oblato. ¿Comprometerse con un monasterio, a un cambio de vida, a una fidelidad inquebrantable y de compromiso, con rituales que en la actualidad son impensables? Si, es volver a lo simple, a lo esencial, a las bases que marcaron a nuestra iglesia en sus inicios, a buscar la voz de Dios en la oración, en la contemplación, en el desierto.
En este contexto, la figura del oblato benedictino surge no como una reliquia del pasado, sino como una respuesta extraordinariamente actual. El oblato encarna un camino que ofrece una alternativa al caos del mundo: una ruta para buscar verdaderamente a Dios y encontrar en Él la estabilidad y la paz que la cultura contemporánea no puede ofrecer. La vocación del oblato no condena la sed espiritual del mundo, sino que le ofrece una fuente verdadera: la tradición profunda, estructurada y comunitaria de la espiritualidad benedictina.
La liturgia de las horas, la Lectio Divina, la pausa en el día para recordar a Dios en el corazón, ser un reflejo de Él en todos los ámbitos de nuestra vida y que los demás se contagien de querer ser como un oblato, es una misión titánica que tiene más detractores que seguidores.
Este deseo del oblato de imitar a Cristo a través de la Regla es una respuesta directa y personal a la enseñanza fundamental de la Iglesia sobre la vocación universal a la santidad. Esta santidad no es otra que la perfección de la caridad, el amor pleno a Dios y al prójimo, vivido fielmente en el propio estado de vida. El oblato no es un monje de segunda clase, sino un laico que asume con radicalidad su vocación bautismal de santificar el mundo desde dentro, como semilla que crece fuera de las paredes de la clausura.
El oblato promete una conversión continua de su vida, un esfuerzo constante por buscar inspiración en el espíritu de la Regla en todas sus actividades cotidianas. Me atrevería a decir que es una tarea bastante difícil teniendo en cuenta las tentaciones que ofrece el mundo exterior, el consumo, la vanidad y la maldad a la que se expone: la cultura de lo provisional y la cultura de la superficialidad. En una sociedad que valora los compromisos fugaces y teme los vínculos permanentes, la promesa de “stabilitas” del oblato es un acto radical de fidelidad contracultural. Es un compromiso para toda la vida con una familia espiritual y una regla de vida, que proporciona un centro de gravedad en un mundo que ha perdido su rumbo.
Del mismo modo, frente a una cultura que promueve una existencia superficial, centrada en la imagen, el consumo y la gratificación instantánea, la promesa de “conversatio morum” es un compromiso con la ardua y profunda labor de la transformación interior. Es la antítesis de la superficialidad, exigiendo que cada aspecto de la vida nos integre en la única y absorbente búsqueda de Dios. Así, la estructura misma del compromiso del oblato se convierte en una forma de testimonio: arraigado, fiel y profundo.
La vida del oblato no es puramente contemplativa. La profunda vida interior cultivada en el desierto interior no es una evasión del mundo, sino la fuente de la fortaleza y la claridad necesarias para vivir en el mundo. Es la única cosa necesaria de María que da sentido y dirección a toda la labor de Marta.
La vida interior del oblato no es un fin en sí misma, sino la chispa que hace brillar su misión en el mundo. El oblato cumple esta misión no tanto a través de grandes obras o programas organizados, sino mediante el testimonio de su propio ser, viviendo su vida ordinaria de un modo extraordinario, una voz en el desierto. Su vida, transformada por la gracia, se convierte en un testimonio que irradia a los demás el Evangelio.
En un mundo fracturado por la polarización, el oblato se convierte en un agente de paz y reconciliación en su familia, su trabajo y su comunidad. Esto se logra a través de la práctica constante de la humildad, el olvido de sí mismo, exclusión de toda forma de egoísmo, disponibilidad para todo tipo de servicio, y de la caridad fraterna, que busca generar un clima de mansedumbre, suavidad, alegría y de paz. Una forma clave de esta paz es la hospitalidad benedictina, que consiste en acoger a todos, especialmente al forastero y al necesitado, como a Cristo. En una cultura de rechazo y xenofobia, este simple acto de bienvenida es una obra cristiana de inmenso poder.
Para el oblato, el trabajo es mucho más que un medio para ganar dinero; es un servicio y una contribución para hacer un mundo más justo. Si colaboro con la obra creadora de Dios y la realizo con humildad, diligencia y cuidado, con el único fin de que en todo sea Dios glorificado (Ut In Omnibus Glorificetur Deus). Al llevar un espíritu de sobriedad, servicio y excelencia a mi profesión, transformo mi lugar de trabajo de un campo de batalla competitivo a un campo de santificación.
La alegría encontrada en la sencillez, la paz que brota de una vida de oración y la práctica callada de virtudes como la humildad y la obediencia se convierten en un signo viviente de contradicción. Su coherencia de vida obliga a pensar en la trascendencia de aquel que la inspira. Este testimonio silencioso es lo que convierte al oblato en una luz que guía a otros en la noche y una antorcha que ilumina el camino, no mediante argumentos, sino con la luz de una vida transfigurada por la gracia.
La acción del oblato (labora) no es una distracción de su oración (ora), sino su resultado natural y necesario. El desierto interior no es una huida del mundo, sino el terreno fértil del que brota un compromiso cristiano auténtico y eficaz. El oblato demuestra que la manera más poderosa de cambiar el mundo es permitir primero que Dios cambie el propio corazón en el silencio de la oración.
Son los constructores silenciosos, la levadura oculta que fermenta la masa del mundo desde dentro.
Los candidatos y oblatos benedictinos estamos llamados a abrazar nuestra alta vocación con valentía y alegría, conscientes de que una vida sencilla, de oración y servicio son dones preciosos e indispensables para la Iglesia y para un mundo sediento de espiritualidad. Nuestro testimonio demuestra que es posible buscar verdaderamente a Dios y encontrarlo, no escapando del mundo, sino transformándolo desde dentro con el poder silencioso de un corazón contemplativo.
Comunidad
© 2025. All rights reserved.
Medellín, Colombia 🇨🇴